martes, 4 de enero de 2011

Pasos entre cenizas.


El agua caía fuerte sobre mi frente mientras de a poco se inundaba de vapor el lugar y hacía tenue la luz artificial que me iluminaba.


Entendía con claridad el por qué de mi cansancio, era lógico, más poco a poco la figura materializada horas antes decidió decir adiós sutilmente con la cabeza gacha para dar paso a todo tipo de ideas y conclusiones probablemente erradas en mi cabeza.


Ahora todo parecía efímero mientras se intercalaban el agua y vapor sobre mi cuerpo; las ideas poco a poco escurrieron sobre mi que ya, a estas horas, me había hecho a la idea de esperar mi propio anochecer.


Basta por hoy; de a poco mis dedos de alejan para girar suavemente el paso de agua con el deseo a flor de piel, esperando sentir un último contacto directo entre cuerpos a ratos desconocidos.


Todo, segundos y minutos se suceden mientras mi cuerpo se refleja distorsionado al costado; me ciño una toalla a la cintura y salgo al pasillo parcialmente obscuro.


Una puerta se ha abierto dejando entrever el deseo materializado pero no es lo que necesito. Camino y me detengo frente a ella, la curiosidad y otros síntomas febriles me invaden, pero decido hacer caso omiso; continúo mi camino en búsqueda de algo que aun no logro recordar.


Pongo mi mano sobre el pomo de la primera puerta a la izquierda, elegida arbitrariamente, la cual se abre sin oponer la más mínima resistencia y me enseña dos cadáveres, con rostros de color ceniza, expulsados de los mares del amor a solo segundos de desaparecer, pero absolutamente nítidos gracias a la luz blanquecina y un tanto fúnebre que, desde un marco seco y retorcido de madera, los acaricia y les entrega la certeza de no olvidarlos jamás.


No me compete el dirigirles reproche alguno pues mi cuerpo tornado al gris comienza a esfumarse también. Cierro la puerta y los dejo sumidos en la complicidad y el querer creer que nadie conoce su más intimo secreto.


Al otro lado del pasillo otra puerta me invita a inmiscuirme pronto antes de que alguien más desaparezca: ya no me sorprende el encontrar, con la mirada, solo cenizas obscuras sobre las sábanas que deciden recogerse siguiendo un compás fácilmente reconocible.


De pronto las cenizas deciden despegar en búsqueda de la ansiada libertad, más desvergonzado vuelvo a bloquear la salida y comienzo a correr, mi toalla cae con la idea de retrasarme.


Continúo hasta que se presenta a algunos metros un descuidado balcón... de pronto mis pies ya no sienten mi pesado cuerpo sobre ellos ni la crujiente y dura madera por la que corrían.