sábado, 14 de julio de 2012


Sus ojos rojos y adormecidos recorren mi cuerpo; mis ojos deciden posarse en los suyos, alegres, para luego cubrir su cuerpo con mis brazos y manos.

Logro sentir el aroma de su cuello, sus cabellos, escuchar una sutil carcajada mientras me rodea con sus brazos también.

Una vida parece consumirse en tan solo un segundo y los recuerdos se materializan una vez más cual si nunca hubiésemos decidido separarnos y estos jamás hubiesen existido como tales…

Sigue ahí, frente a mí, con su inconfundible sonrisa y cómplice mirada. Nos separa una pequeña mesa adornada ad hoc para la hora del té.

Levanto la pequeña tacita frente a mi para beber casi de un único sorbo el resto de su contenido endulzado con miel, luego, y sin perderla de vista, me pongo de pie y avanzo rodeando la mesa.

Me sigue con la mirada a cada paso conociendo, desde luego, mi intención.

Una vez, tras ella, poso suavemente mis manos en su espalda, acariciando con mis dedos su piel al descubierto, mientras su vestido decide deslizarse desde sus hombros.

Creo que ya ha llegado el momento para susurrar algo a su oído, algo jamás antes mencionado.

Sorprendida me responde con las mismas palabras, volteando su cara para encontrarnos de perfil tan sonrojados como aquella primera vez en que nos besamos.

El silencio a nuestro alrededor es interrumpido por los goznes oxidados del olvido. Pasados unos segundos los cristales de las ventanas estallan producto de la presión de la realidad, mientras mis ojos hacen su mayor esfuerzo para mantenerse abiertos...