Sus ojos rojos y adormecidos recorren mi cuerpo; mis ojos
deciden posarse en los suyos, alegres, para luego cubrir su cuerpo con mis
brazos y manos.
Logro sentir el aroma de su cuello, sus cabellos, escuchar
una sutil carcajada mientras me rodea con sus brazos también.
Una vida parece consumirse en tan solo un segundo y los
recuerdos se materializan una vez más cual si nunca hubiésemos decidido
separarnos y estos jamás hubiesen existido como tales…
Sigue ahí, frente a mí, con su inconfundible sonrisa y
cómplice mirada. Nos separa una pequeña mesa adornada ad hoc para la hora del
té.
Levanto la pequeña tacita frente a mi para beber casi de un
único sorbo el resto de su contenido endulzado con miel, luego, y sin perderla
de vista, me pongo de pie y avanzo rodeando la mesa.
Me sigue con la mirada a cada paso conociendo, desde luego,
mi intención.
Una vez, tras ella, poso suavemente mis manos en su espalda,
acariciando con mis dedos su piel al descubierto, mientras su vestido decide
deslizarse desde sus hombros.
Creo que ya ha llegado el momento para susurrar algo a su
oído, algo jamás antes mencionado.
Sorprendida me responde con las mismas palabras, volteando
su cara para encontrarnos de perfil tan sonrojados como aquella primera vez en
que nos besamos.
El silencio a nuestro alrededor es interrumpido por los
goznes oxidados del olvido. Pasados unos segundos los cristales de las ventanas
estallan producto de la presión de la realidad, mientras mis ojos hacen su mayor esfuerzo para mantenerse abiertos...
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