El viento azotaba nuestros rostros mientras veíamos al sol
escabullirse entre las blancas nubes y el celeste cielo de las últimas horas
dela tarde. Algunos trozos de melón rodaban por el pequeño techo de la bodega
que hacía las veces de terraza para descansar de las prisas del día. A ratos
bandadas se sucedían hacia el poniente haciéndose unos con el sol que, a esas
horas, ya comenzaba a tornar anaranjado el cielo haciendo relucir el jugo y
restos de melón en nuestros labios; ya no queríamos jugar, solo nos limitábamos
a sonreír y seguir apreciando cada segundo que aún nos restaba de día para
estar juntos.