Ella no lo notaba y se sumergía cada vez más en la triste realidad que la rodeaba.
En su interior las personas se lamentaban, sintiéndose, hasta cierto punto, culpables por lo sucedido, aunque entendían perfectamente que no eran responsables por cosa alguna.
¡Por Dios! Es una condición humana. De hecho, no solo humana, más bien natural en los seres vivos.
Él lo tenía claro; esta sería la última vez en que lo rodearían sus conocidos y, aunque no pudiera participar activamente en esta curiosa reunión, podría, incluso, estar feliz por las visitas inesperadas. También sabía que al atravesar el umbral, en pocas horas, jamás volvería, pues pasaría a ser parte de la misma tierra por la que caminó.
Tristemente la realidad imaginada y esperada, luego de entrar al lugar, se esfumó para encontrarnos con la resignada sonrisa que esbozó la triste y única mujer que velaba a un costado del altar.
En honor a una intachable persona, Don José Reyes, que vivirá para siempre en el recuerdo de las personas que en alguna ocación gozamos de su grata compañía.