martes, 7 de septiembre de 2010

Alcé la mirada. Decía “Salida a Esperanza”.

Mi mano, un tanto temblorosa, se aferraba en búsqueda de aquel cándido refugio que tan solo ella sabía entregar, aunque esta vez todo parecía distinto, extraño.

Subimos de la mano la primera… luego la segunda escalera; paso a paso mis pies se tornaban más y más pesados por saber dónde me dirigía; donde ella me dirigía.

Valla sorpresa que sus labios solamente sabían entregar, más esta vez todo hacía suponer lo contrario…

¿Y qué más da?, me preguntaba a mí mismo. No sería la primera ni la última vez, solo que no soportaba aquella situación ni mucho menos la lluvia de sensaciones que azotaban tanto a mi cuerpo como a mi mente.

Nada ya importaba realmente; nuestros besos y caricias eran sorprendentemente fríos todo ya se había extinguido sin palabra alguna, y era precisamente aquello lo que jamás, hubiésemos esperado.

Caminamos hasta un débil sauce donde, por lo demás, nuestra conducta no varió en lo más mínimo… todo parecía señalar que éramos la pareja más feliz del mundo, hasta que un fuerte estruendo estremeció por completo nuestro cielo completamente nublado.

Al cabo de unos minutos nuestros rostros ya se habían humedecido, a tal punto, que ni la más fuerte pasión podría revertir el efecto logrado por la naturaleza.

Nuestros cuerpos comenzaron a alejarse; todo había cambiado, y solo nuestros dedos, como fervientes opositores, se sujetaban férreamente a la relación que en algún momento habíamos forjado.

Un segundo estruendo terminó por apagar la última flama de esperanza que entrelazaba nuestros dedos para permitir la libertad de nuestras vidas…